viernes, 18 de enero de 2008

Vida después de la vida





En algún momento un médico determinará que mi corazón ha
dejado de funcionar y que en verdad mi vida se ha terminado.

Cuando esto suceda, no traten de revivirme artificialmente por medio de aparatos, y donde quiera que me encuentre no lo llamen "mi lecho de muerte".
Llámenlo "mi lecho de vida " y dejen que mi cuerpo vaya de allí a ayudar a que otros gocen de una vida plena.

Den mi vista a alguien que nunca haya visto un amanecer la cara de un bebé o el amor en los ojos de una mujer.

Den mi corazón a alguien a quien el suyo no le haya causado más
que interminables días de dolor.

Den mi sangre a algún adolescente rescatado de entre las ruinas de un automóvil accidentado, para que pueda vivir y llegar a gozar del juego de sus nietos.

Den mis riñones a quien dependa de una máquina para seguir
existiendo semana tras semana.

Tomen mis huesos, todos mis músculos y todas y cada una de las fibras y nervios de mi cuerpo y encuentren la manera de hacer caminar a un niño lisiado.

Exploren cada rincón de mi cerebro. Si fuera necesario tomen todas las células para que algún día un niño pueda gritar con la emoción del deporte y una niña sorda pueda oír el sonido de la lluvia contra los cristales de la ventana.

Cremen lo que quede de mí y echen mis cenizas a los cuatro vientos, para ayudar a que crezcan las flores.

Y si tienen la necesidad de enterrar algo, les dejo mis defectos, mis debilidades y todos mis perjuicios contra mis semejantes.

Mi alma dénsela a Dios.

Y si por casualidad alguien quiere recordarme, hágalo con una buena palabra o acción hacia quien lo necesite. Si hacen lo que les pido, viviré eternamente.


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